© Juan José Segura Pastor

Restauración de la Cava Gran

Una visita a una cava emblemática de la Comunidad Valenciana

De las arquitecturas que podemos encontrar en nuestras montañas destacan los Neveros o Cavas. Y entre ellas, sobresale, como paradigma de todas, la Cava Gran o Arquejada de Agres en el parque natural de la Sierra de Mariola. Para conocerla, vamos a contar su historia: su nacimiento como artefacto arquitectónico; su vida de producción económica y social; su abandono, deterioro y regreso al ‘des-orden’ natural; y por fin, revivida para un segundo servicio al hombre, como elemento monumental icónico en un difícil equilibrio entre lo propio de la naturaleza y lo preservado de sus implacables leyes. Empecemos describiendo el entorno. Pese a que asociamos las tierras alicantinas con la aridez y la falta de agua, lo cierto es que nuestra orografía, conformada por altas montañas, ha permitido disponer de nieve a 20 km. de nuestras playas. Debemos tener en cuenta, además, que los historiadores han constatado la existencia de lo que han llamado “Pequeña Edad de Hielo”, que duró varios siglos (XVI, XVII y XVIII), con unas bajadas sensibles de temperatura. Estas circunstancias dieron origen a uno de los negocios más boyantes del interior de la provincia durante cinco siglos: el comercio del hielo. En realidad, era una actividad muy valorada desde tiempo de los romanos. La palabra ‘nevero’ deriva del latín ‘nivarius’ y es definido como “lugar de las montañas elevadas donde se conserva la nieve todo el año”. Y así, dependiendo de su morfología, surgieron arquitecturas denominadas neveras, pozos, cavas, ventisqueros,... En la Comunidad Valenciana hay documentadas 320 construcciones para guardar nieve, y su mayor concentración está en la provincia de Alicante y, en especial, en la Sierra de Mariola. Situémonos en el año 1770. Disponemos de terrenos a 1.120 m. sobre el nivel del mar. Y podemos obtener una concesión real para recoger nieve caída en varias hectáreas. El negocio es seguro: el hielo es muy valioso y demandado para fines terapéuticos, como conservante de alimentos y elaboraciones culinarias. Solo nos falta un ‘espacio’ para almacenarlo todo el año. Construyamos la Cava Gran. I Imaginemos, ahora, una ladera rocosa inclinada al este. Un buen sitio para cimentar nuestra obra y para obtener la piedra necesaria. Y también, un lugar para un largo y durísimo trabajo en una adversa climatología de montaña. Clavamos una estaca y mediante un cordel trazamos una circunferencia de 16 m. de radio. Y empezamos a excavar… Del enorme cráter obtenemos tierras, que apartamos, y piedra, que acopiamos para mampostería y labrar los sillares, dovelas y claves. Tenemos que llegar hasta los 12 m. y cuando la roca se hace enteriza, reducimos nuestro radio a los 7,50 m. para modelar nuestro vaso cilíndrico en la piedra viva. Llegamos al fondo. Y allí abajo debemos pensar como eliminaremos el agua sobrante en el deshielo. Excavamos unos canales que rellenamos de piedra suelta para que sirvan de drenaje del agua al exterior. Sobre la roca tallada en círculo, construimos los enormes muros de mampostería de piedra caliza trabada, que quedan separados del talud de las tierras a 8 ó 10 metros. La idea es rellenar este espacio con las tierras sobrantes y de esta forma obtendremos un buen aislante del vaso. El hielo debe aguantar todo el año. Para su ordenamiento y compactación deberemos construir unos nervios y, ya al nivel del terreno, una solera de piedra para las terrazas que rodearán el edificio. A media altura, a unos 10 m. del fondo, y aprovechando el desnivel del terreno, construimos una galería semi-subterránea, abovedada mediante una cimbra de madera de arco rebajado, y orientada al norte para sacar el hielo sin necesidad de izarlo hasta arriba. Llegamos a la rasante del terreno. Aquí vamos a darlo todo. Queremos una construcción singular. Nuestro vaso es interiormente circular. Pero la parte que emerge del suelo, el vuelo, lo haremos hexagonal. Trazamos el hexágono mediante el mismo cordel, usando la medida del radio. Y comenzamos la construcción de los muros perimetrales, reforzando cada una de las seis esquinas mediante sillares de piedra bien labrados y trabados; en cada uno de los seis lados abrimos una apertura de 1,5 m. de ancho y 2,0 m. de alto para verter la nieve, con sus jambas y dinteles, también, de regulares sillares. A los 2,40 m. de altura hemos terminado nuestro muro hexagonal. Pero nuestro nevero no sirve de nada sin una cubierta que preserve el hielo de la radiación solar, la lluvia y la pérdida del frío. Para ello, ya hemos dejado a tres metros por debajo del nivel superior de los huecos, y coincidiendo con las aristas del hexágono, seis estribos para los arcos. Porque... ¡vamos a hacer unos arcos de piedra!. Pero primero, habrá que construir unas enormes cimbras auxiliares de madera para apoyar los sillares de piedra y formar los seis semiarcos que constituyen tres enormes arcos que se cruzan en la cumbrera. Para terminar la cubierta colocamos unas jácenas de madera apoyadas en unos escalones en forma de cuña que hemos dejado a media altura de los arcos. Luego un entramado de madera, un tablero cerámico y rematamos mediante una cubierta de teja. Instalamos portones de madera en los huecos y en la galería… hemos terminado nuestro nevero. II Es de noche. Arriba en la montaña se distinguen unas luces parpadeantes. Son los trabajadores del hielo. Están sacando por nuestro túnel los bloques, que cargan en recuas de mulas que bajan en fila por los senderos, hasta las casas de hielo para su comercialización. Aprovechan la noche para conservar el hielo en buen estado. Días antes, después de una nevada, muy temprano, un numeroso grupo de trabajadores han recogido la nieve superficial antes de que el sol la hiciera desaparecer. La han acumulado en las terrazas perimetrales del nevero, donde seis peones con palas la han vertido por los huecos. Dentro del nevero, pasando un frío de cuidado, otro grupo de personas han compactado la nieve en tongadas separadas por paja, para facilitar después el corte de los bloques de hielo. Y así... hasta el año 1906. Con la aparición de la fabricación del hielo artificial, el negocio empieza a decaer. Sin embargo, todavía hay gente que prefiere el hielo natural, al que le dotan de cualidades especiales, de mejor calidad, de ser más sano y mantenerse sólido durante más tiempo. Están dispuestos a pagar un poco más por él y hasta los años 20 el nevero funciona esporádicamente. Luego, es abandonado. III La mismas condiciones climatológicas que fueron la génesis de la Cava Gran, son las que inician su muerte. El viento y la lluvia, los tremendos contrastes de temperatura, empiezan a atacar a las piedras y a la argamasa. Pero, lo que de verdad acelera la degradación es la intervención humana. Entre los años 1923 y 1930, la cubierta es desmontada y su material reutilizado. Baldosas para el convento de los Franciscanos; tejas en la restauración del tejado del Santuario de Agres y del Mas del Plá; la madera para la construcción de la techumbre de una casa de Agres; sillares de las esquinas y portones son expoliados. Milagrosamente, los arcos se mantienen: es posible que su grandiosidad haya sido el motivo de su salvación. Durante un siglo el proceso de degradación es imparable. Al no tener cubierta, comienza la colonización de especies vegetales tapizantes y trepadoras. Nuestro artefacto empieza a tener un nuevo orden e integrase en la naturaleza. A principios del siglo XX el estado se ha modificado tanto que la estructura de los arcos está a punto del colapso. IV Hace un rato que hemos partido del convento de Agres siguiendo el sendero que lleva al refugio del CEA. Después del esfuerzo por la subida hasta las peñas del Recingle, tenemos como recompensa la visión de la Gran Cava Arquejada. No es la primera vez que la vemos, pero los impresionantes arcos cubiertos por la hiedra nos hacen detenernos y quedarnos un rato contemplándola. Se ha convertido en una referencia para los amantes del senderismo y la montaña. Un icono que, invariablemente, aparece en las portadas de las publicaciones sobre Mariola y una referencia de la arquitectura popular española. Pero, algo nos llama la atención. En la cima de los arcos hay una estructura de madera parecida a la cesta de un globo aerostático. No comprendemos bien cual es su función, pero parece que se han iniciado las obras para la restauración de la Cava. En la conferencia de Junio de 2015 en el MARQ de Alicante obtenemos las respuestas. La Cava Gran, propiedad de particulares, fue adquirida en el 2008 por la Diputación de Alicante por un importe de 152.000 € con el objetivo de garantizar su protección, conservación y su puesta en valor. Al año siguiente y hasta el 2011, se invirtieron 60.000 € para los trabajos preliminares de estudio, prospección arqueológica y estabilización. Y por fin, las obras de restauración y musealización se inician el 2/12/14, con un plazo estimado de 7 meses y con un presupuesto de adjudicación de 244.000 €. Rafael Pérez, arquitecto del proyecto de restauración, explica aspectos muy interesantes de la actuación. En las primeras inspecciones se detecta una situación alarmante. El pináculo sito en el vértice de las arcadas, que conserva aún fragmentos de teja insertados y que recibía las vigas de madera, está desplomado al no tener ya el tejado que lo apuntalaba. Además, los sillares de los arcos, jambas y dinteles han perdido las juntas de argamasa entre ellos por las inclemencias del tiempo. Es urgente una primera intervención en la “piña” para evitar un colapso y poder continuar la intervención. No es una tarea sencilla. Se plantea su eliminación; no conviene ya que la ‘piña’ parece contrarrestar los empujes verticales que se producen y se puede dar una situación de falta de equilibrio. Se plantea moverla a su posición vertical; no conviene ya que pesa 4 toneladas y cualquier movimiento puede producir el colapso. Además, no se puede trabajar debajo de ella para colocar andamios, ya que no se cumplen las mínimas condiciones de seguridad. La solución adoptada es la construcción de un armazón provisional de madera, izarlo con una grúa, colocarlo para que rodee el pináculo y rellenar los espacios con espuma de poliuretano, a modo de un molde que lo confina para que no se mueva. Y la imagen de los arcos quedo así durante algunos años. Para la redacción del proyecto se hace una medición minuciosa de la geometría de la Cava. Y se descubren aspectos muy interesantes, algunos muy sutiles. La forma del vaso es troncocónica: la parte de abajo es 1,5 m. más estrecha que la superior. La galería semi-subterránea tiene una planta abocinada, más estrecha hacia el pozo que al exterior. La capacidad del depósito se calcula en unos 1.960 m³. Pero el descubrimiento más interesante y trascendente para la intervención, es que los arcos no son de medio punto, sino ligeramente apuntados, describiendo una curva con dos centros. En realidad no son seis tramos de arco sino, más bien, los nervios de una bóveda. Algo parecido a una estructura en bóveda nervada, con una extraordinaria piedra clave hexagonal en el centro. El levantamiento de estos planos permite el cálculo de la estática del conjunto y conocer sus puntos débiles que serán reforzados con ladrillo. En el estudio de las especies botánicas que han colonizado la Cava, se descubre que las paredes están parcialmente cubiertas de ‘Hedera helix’, un tipo de hiedra invasiva y extensiva que no se apoya sin más en la piedra, sino que se introduce en los intersticios de la mampostería, disolviendo las cales para obtener su alimento, descomponiendo los morteros y la piedra. Además, está alcanzando a los arcos, disminuyendo su capacidad portante y añadiendo peso. En el fondo del vaso se han acumulado escombros, algunos procedentes de la propia estructura expoliada, dónde han crecido arbustos y un ejemplar de la especie protegida ‘Taxus baccata’, un tejo. En este caso, un macho de los 14 que hay inventariados de entre los 57 que hay en la tejera de Mariola. En el estudio arqueológico se descubren en el fondo del vaso y antes de llegar al sistema de drenaje para el deshielo: elementos de la cubierta, 3 m³ de piedra de cantería y 95 m³ de mampuestos de piedra. Se trata de elementos muy valiosos, ya que se reutilizarán en la restauración. En una de las dovelas de un arco se descubre una inscripción que, con la ayuda de un epigrafista, revela la fecha de construcción: 1772. Con todos estos antecedentes, se medita sobre la intervención a realizar. Creemos que es todo un acierto la decisión de no volver a reconstruir la cubierta de la cava, dada la importancia icono-gráfica que ha adquirido con el tiempo la imagen de los arcos y por la presencia del ejemplar de tejo en el interior de la cavidad. Prevalece el criterio de la mínima intervención y los trabajos de restauración afectarán a todos los elementos arquitectónicos conservados del nevero original sustituyendo solo aquellos que se consideren imprescindibles para la estabilidad de sus estructuras. Y comienza la restauración. Se hace un delicado tratamiento fitosanitario: hay que eliminar la hiedra sin afectar al tejo. Para ello, se encapsula al tejo para tratar y cortar la hiedra. Se monta un sistema de andamios para consolidar todo el vaso interior y los arcos con rejuntado de mortero de argamasas para que trabajen bien las dovelas de piedra. Cuando se llega a la famosa “piña”, se quita el estabilizador por fases, con extremo cuidado para no desestabilizarla, ya que se deja con su desplome, reforzándola con cartelas de ladrillo, un material que ya existía, sin problemas de oxidación y que no transmite esfuerzos. Se utiliza el mismo sistema para reforzar los riñones de los arcos. En la parte hexagonal exterior se hace el mismo tratamiento y se reponen las cantoneras de las aristas del prisma que han podido ser recuperadas. Lo mismo se hace con las jambas de los huecos por donde se arrojaba la nieve. No se conserva ningún dintel de estos huecos, pero estudiando las fotografías que existen de principios del siglo XX, se decide reconstruir uno de los seis huecos para que quede una referencia de la altura y proporción. Una buena idea. Al final, se recupera el sistema de drenaje, se limpia el exterior apareciendo el pavimento empedrado original, se rehabilita la galería de extracción reconstruyendo el arco adintelado de la entrada. Y para terminar, otro gran acierto. Se instala una escalera metálica, que adaptándose perfectamente a la forma curva del vaso y sin apoyarse en ningún elemento estructural, nos conduce desde la galería semi-subterránea al fondo. Y no solo sirve para mantenimiento, limpieza de la cava y conservación del tejo, es accesible para los que decidan visitarla. En nuestra última excursión a la Cava Gran, hemos podido bajar, contemplar de cerca el tejo de 30 años, y sobre todo disfrutar de una perspectiva inédita. Como apuntaba el arquitecto Rafael Pérez: es todo un espectáculo contemplar el cielo a través de los magníficos arcos, semejantes a los nervios de la cúpula de una catedral con una plementería invisible.

Restauración de la Cava Gran

Una visita a una cava emblemática de

la Comunidad Valenciana

De las arquitecturas que podemos encontrar en nuestras montañas destacan los Neveros o Cavas. Y entre ellas, sobresale, como paradigma de todas, la Cava Gran o Arquejada de Agres en el parque natural de la Sierra de Mariola. Para conocerla, vamos a contar su historia: su nacimiento como artefacto arquitectónico; su vida de producción económica y social; su abandono, deterioro y regreso al ‘des-orden’ natural; y por fin, revivida para un segundo servicio al hombre, como elemento monumental icónico en un difícil equilibrio entre lo propio de la naturaleza y lo preservado de sus implacables leyes. Empecemos describiendo el entorno. Pese a que asociamos las tierras alicantinas con la aridez y la falta de agua, lo cierto es que nuestra orografía, conformada por altas montañas, ha permitido disponer de nieve a 20 km. de nuestras playas. Debemos tener en cuenta, además, que los historiadores han constatado la existencia de lo que han llamado “Pequeña Edad de Hielo”, que duró varios siglos (XVI, XVII y XVIII), con unas bajadas sensibles de temperatura. Estas circunstancias dieron origen a uno de los negocios más boyantes del interior de la provincia durante cinco siglos: el comercio del hielo. En realidad, era una actividad muy valorada desde tiempo de los romanos. La palabra ‘nevero’ deriva del latín ‘nivarius’ y es definido como “lugar de las montañas elevadas donde se conserva la nieve todo el año”. Y así, dependiendo de su morfología, surgieron arquitecturas denominadas neveras, pozos, cavas, ventisqueros,... En la Comunidad Valenciana hay documentadas 320 construcciones para guardar nieve, y su mayor concentración está en la provincia de Alicante y, en especial, en la Sierra de Mariola. Situémonos en el año 1770. Disponemos de terrenos a 1.120 m. sobre el nivel del mar. Y podemos obtener una concesión real para recoger nieve caída en varias hectáreas. El negocio es seguro: el hielo es muy valioso y demandado para fines terapéuticos, como conservante de alimentos y elaboraciones culinarias. Solo nos falta un ‘espacio’ para almacenarlo todo el año. Construyamos la Cava Gran. I Imaginemos, ahora, una ladera rocosa inclinada al este. Un buen sitio para cimentar nuestra obra y para obtener la piedra necesaria. Y también, un lugar para un largo y durísimo trabajo en una adversa climatología de montaña. Clavamos una estaca y mediante un cordel trazamos una circunferencia de 16 m. de radio. Y empezamos a excavar… Del enorme cráter obtenemos tierras, que apartamos, y piedra, que acopiamos para mampostería y labrar los sillares, dovelas y claves. Tenemos que llegar hasta los 12 m. y cuando la roca se hace enteriza, reducimos nuestro radio a los 7,50 m. para modelar nuestro vaso cilíndrico en la piedra viva. Llegamos al fondo. Y allí abajo debemos pensar como eliminaremos el agua sobrante en el deshielo. Excavamos unos canales que rellenamos de piedra suelta para que sirvan de drenaje del agua al exterior. Sobre la roca tallada en círculo, construimos los enormes muros de mampostería de piedra caliza trabada, que quedan separados del talud de las tierras a 8 ó 10 metros. La idea es rellenar este espacio con las tierras sobrantes y de esta forma obtendremos un buen aislante del vaso. El hielo debe aguantar todo el año. Para su ordenamiento y compactación deberemos construir unos nervios y, ya al nivel del terreno, una solera de piedra para las terrazas que rodearán el edificio. A media altura, a unos 10 m. del fondo, y aprovechando el desnivel del terreno, construimos una galería semi- subterránea, abovedada mediante una cimbra de madera de arco rebajado, y orientada al norte para sacar el hielo sin necesidad de izarlo hasta arriba. Llegamos a la rasante del terreno. Aquí vamos a darlo todo. Queremos una construcción singular. Nuestro vaso es interiormente circular. Pero la parte que emerge del suelo, el vuelo, lo haremos hexagonal. Trazamos el hexágono mediante el mismo cordel, usando la medida del radio. Y comenzamos la construcción de los muros perimetrales, reforzando cada una de las seis esquinas mediante sillares de piedra bien labrados y trabados; en cada uno de los seis lados abrimos una apertura de 1,5 m. de ancho y 2,0 m. de alto para verter la nieve, con sus jambas y dinteles, también, de regulares sillares. A los 2,40 m. de altura hemos terminado nuestro muro hexagonal. Pero nuestro nevero no sirve de nada sin una cubierta que preserve el hielo de la radiación solar, la lluvia y la pérdida del frío. Para ello, ya hemos dejado a tres metros por debajo del nivel superior de los huecos, y coincidiendo con las aristas del hexágono, seis estribos para los arcos. Porque... ¡vamos a hacer unos arcos de piedra!. Pero primero, habrá que construir unas enormes cimbras auxiliares de madera para apoyar los sillares de piedra y formar los seis semiarcos que constituyen tres enormes arcos que se cruzan en la cumbrera. Para terminar la cubierta colocamos unas jácenas de madera apoyadas en unos escalones en forma de cuña que hemos dejado a media altura de los arcos. Luego un entramado de madera, un tablero cerámico y rematamos mediante una cubierta de teja. Instalamos portones de madera en los huecos y en la galería… hemos terminado nuestro nevero. II Es de noche. Arriba en la montaña se distinguen unas luces parpadeantes. Son los trabajadores del hielo. Están sacando por nuestro túnel los bloques, que cargan en recuas de mulas que bajan en fila por los senderos, hasta las casas de hielo para su comercialización. Aprovechan la noche para conservar el hielo en buen estado. Días antes, después de una nevada, muy temprano, un numeroso grupo de trabajadores han recogido la nieve superficial antes de que el sol la hiciera desaparecer. La han acumulado en las terrazas perimetrales del nevero, donde seis peones con palas la han vertido por los huecos. Dentro del nevero, pasando un frío de cuidado, otro grupo de personas han compactado la nieve en tongadas separadas por paja, para facilitar después el corte de los bloques de hielo. Y así... hasta el año 1906. Con la aparición de la fabricación del hielo artificial, el negocio empieza a decaer. Sin embargo, todavía hay gente que prefiere el hielo natural, al que le dotan de cualidades especiales, de mejor calidad, de ser más sano y mantenerse sólido durante más tiempo. Están dispuestos a pagar un poco más por él y hasta los años 20 el nevero funciona esporádicamente. Luego, es abandonado. III La mismas condiciones climatológicas que fueron la génesis de la Cava Gran, son las que inician su muerte. El viento y la lluvia, los tremendos contrastes de temperatura, empiezan a atacar a las piedras y a la argamasa. Pero, lo que de verdad acelera la degradación es la intervención humana. Entre los años 1923 y 1930, la cubierta es desmontada y su material reutilizado. Baldosas para el convento de los Franciscanos; tejas en la restauración del tejado del Santuario de Agres y del Mas del Plá; la madera para la construcción de la techumbre de una casa de Agres; sillares de las esquinas y portones son expoliados. Milagrosamente, los arcos se mantienen: es posible que su grandiosidad haya sido el motivo de su salvación. Durante un siglo el proceso de degradación es imparable. Al no tener cubierta, comienza la colonización de especies vegetales tapizantes y trepadoras. Nuestro artefacto empieza a tener un nuevo orden e integrase en la naturaleza. A principios del siglo XX el estado se ha modificado tanto que la estructura de los arcos está a punto del colapso. IV Hace un rato que hemos partido del convento de Agres siguiendo el sendero que lleva al refugio del CEA. Después del esfuerzo por la subida hasta las peñas del Recingle, tenemos como recompensa la visión de la Gran Cava Arquejada. No es la primera vez que la vemos, pero los impresionantes arcos cubiertos por la hiedra nos hacen detenernos y quedarnos un rato contemplándola. Se ha convertido en una referencia para los amantes del senderismo y la montaña. Un icono que, invariablemente, aparece en las portadas de las publicaciones sobre Mariola y una referencia de la arquitectura popular española. Pero, algo nos llama la atención. En la cima de los arcos hay una estructura de madera parecida a la cesta de un globo aerostático. No comprendemos bien cual es su función, pero parece que se han iniciado las obras para la restauración de la Cava. En la conferencia de Junio de 2015 en el MARQ de Alicante obtenemos las respuestas. La Cava Gran, propiedad de particulares, fue adquirida en el 2008 por la Diputación de Alicante por un importe de 152.000 € con el objetivo de garantizar su protección, conservación y su puesta en valor. Al año siguiente y hasta el 2011, se invirtieron 60.000 € para los trabajos preliminares de estudio, prospección arqueológica y estabilización. Y por fin, las obras de restauración y musealización se inician el 2/12/14, con un plazo estimado de 7 meses y con un presupuesto de adjudicación de 244.000 €. Rafael Pérez, arquitecto del proyecto de restauración, explica aspectos muy interesantes de la actuación. En las primeras inspecciones se detecta una situación alarmante. El pináculo sito en el vértice de las arcadas, que conserva aún fragmentos de teja insertados y que recibía las vigas de madera, está desplomado al no tener ya el tejado que lo apuntalaba. Además, los sillares de los arcos, jambas y dinteles han perdido las juntas de argamasa entre ellos por las inclemencias del tiempo. Es urgente una primera intervención en la “piña” para evitar un colapso y poder continuar la intervención. No es una tarea sencilla. Se plantea su eliminación; no conviene ya que la ‘piña’ parece contrarrestar los empujes verticales que se producen y se puede dar una situación de falta de equilibrio. Se plantea moverla a su posición vertical; no conviene ya que pesa 4 toneladas y cualquier movimiento puede producir el colapso. Además, no se puede trabajar debajo de ella para colocar andamios, ya que no se cumplen las mínimas condiciones de seguridad. La solución adoptada es la construcción de un armazón provisional de madera, izarlo con una grúa, colocarlo para que rodee el pináculo y rellenar los espacios con espuma de poliuretano, a modo de un molde que lo confina para que no se mueva. Y la imagen de los arcos quedo así durante algunos años. Para la redacción del proyecto se hace una medición minuciosa de la geometría de la Cava. Y se descubren aspectos muy interesantes, algunos muy sutiles. La forma del vaso es troncocónica: la parte de abajo es 1,5 m. más estrecha que la superior. La galería semi- subterránea tiene una planta abocinada, más estrecha hacia el pozo que al exterior. La capacidad del depósito se calcula en unos 1.960 m³. Pero el descubrimiento más interesante y trascendente para la intervención, es que los arcos no son de medio punto, sino ligeramente apuntados, describiendo una curva con dos centros. En realidad no son seis tramos de arco sino, más bien, los nervios de una bóveda. Algo parecido a una estructura en bóveda nervada, con una extraordinaria piedra clave hexagonal en el centro. El levantamiento de estos planos permite el cálculo de la estática del conjunto y conocer sus puntos débiles que serán reforzados con ladrillo. En el estudio de las especies botánicas que han colonizado la Cava, se descubre que las paredes están parcialmente cubiertas de ‘Hedera helix’, un tipo de hiedra invasiva y extensiva que no se apoya sin más en la piedra, sino que se introduce en los intersticios de la mampostería, disolviendo las cales para obtener su alimento, descomponiendo los morteros y la piedra. Además, está alcanzando a los arcos, disminuyendo su capacidad portante y añadiendo peso. En el fondo del vaso se han acumulado escombros, algunos procedentes de la propia estructura expoliada, dónde han crecido arbustos y un ejemplar de la especie protegida ‘Taxus baccata’, un tejo. En este caso, un macho de los 14 que hay inventariados de entre los 57 que hay en la tejera de Mariola. En el estudio arqueológico se descubren en el fondo del vaso y antes de llegar al sistema de drenaje para el deshielo: elementos de la cubierta, 3 m³ de piedra de cantería y 95 m³ de mampuestos de piedra. Se trata de elementos muy valiosos, ya que se reutilizarán en la restauración. En una de las dovelas de un arco se descubre una inscripción que, con la ayuda de un epigrafista, revela la fecha de construcción: 1772. Con todos estos antecedentes, se medita sobre la intervención a realizar. Creemos que es todo un acierto la decisión de no volver a reconstruir la cubierta de la cava, dada la importancia icono-gráfica que ha adquirido con el tiempo la imagen de los arcos y por la presencia del ejemplar de tejo en el interior de la cavidad. Prevalece el criterio de la mínima intervención y los trabajos de restauración afectarán a todos los elementos arquitectónicos conservados del nevero original sustituyendo solo aquellos que se consideren imprescindibles para la estabilidad de sus estructuras. Y comienza la restauración. Se hace un delicado tratamiento fitosanitario: hay que eliminar la hiedra sin afectar al tejo. Para ello, se encapsula al tejo para tratar y cortar la hiedra. Se monta un sistema de andamios para consolidar todo el vaso interior y los arcos con rejuntado de mortero de argamasas para que trabajen bien las dovelas de piedra. Cuando se llega a la famosa “piña”, se quita el estabilizador por fases, con extremo cuidado para no desestabilizarla, ya que se deja con su desplome, reforzándola con cartelas de ladrillo, un material que ya existía, sin problemas de oxidación y que no transmite esfuerzos. Se utiliza el mismo sistema para reforzar los riñones de los arcos. En la parte hexagonal exterior se hace el mismo tratamiento y se reponen las cantoneras de las aristas del prisma que han podido ser recuperadas. Lo mismo se hace con las jambas de los huecos por donde se arrojaba la nieve. No se conserva ningún dintel de estos huecos, pero estudiando las fotografías que existen de principios del siglo XX, se decide reconstruir uno de los seis huecos para que quede una referencia de la altura y proporción. Una buena idea. Al final, se recupera el sistema de drenaje, se limpia el exterior apareciendo el pavimento empedrado original, se rehabilita la galería de extracción reconstruyendo el arco adintelado de la entrada. Y para terminar, otro gran acierto. Se instala una escalera metálica, que adaptándose perfectamente a la forma curva del vaso y sin apoyarse en ningún elemento estructural, nos conduce desde la galería semi- subterránea al fondo. Y no solo sirve para mantenimiento, limpieza de la cava y conservación del tejo, es accesible para los que decidan visitarla. En nuestra última excursión a la Cava Gran, hemos podido bajar, contemplar de cerca el tejo de 30 años, y sobre todo disfrutar de una perspectiva inédita. Como apuntaba el arquitecto Rafael Pérez: es todo un espectáculo contemplar el cielo a través de los magníficos arcos, semejantes a los nervios de la cúpula de una catedral con una plementería invisible.